La Voz de Galicia - Marcos Míguez

La frialdad del parricida de Oza

Rocío Beceiro González. Lama y Asociados.

La Voz de Galicia. 

Marcos Mirás abandonó su hermetismo para hablar mal de su mujer horas antes del crimen

Segunda jornada de juicio contra Marcos Mirás en la Audiencia de A Coruña. El foco se va abriendo. Después del primer día, centrado en trámites preliminares y las declaraciones del presunto parricida y de la madre del pequeño, nueve personas coincidieron ayer ante el jurado en la frialdad extrema del acusado. A pesar de los distintos vínculos que cada uno mantuvo con este hombre que dice no recordar nada y estar preso de varias enfermedades mentales, tanto los policías que lo detuvieron y acompañaron en el viaje que los condujo hasta el cadáver del niño como los responsables del hostal donde se alojó aquella noche, el hermano y el marido de su exmujer y, sobre todo, la dueña de la cafetería donde solía desayunar y estar con su hijo cuando les tocaba pasar juntos el fin de semana señalaron a Marcos Mirás como un hombre impávido que no se inmutó al ser detenido ni al regresar al lugar de los hechos. Sin embargo, mostró una locuacidad extraña antes de presuntamente asesinar a su hijo de 11 años con una pala en un monte de Oza para hacerle daño a su exmujer.

«Vino solo -recordó de aquel 7 de mayo del 2017 la hostelera-. Empezó a explicar en un tono despectivo que estaba cansado de su exmujer, de que no lo tuviera en cuenta, que no le hablaba de las actividades extraescolares, que el crío solo atendía a la tablet… Yo tengo hijos y le dije que era normal, y entonces él me contestó: “A mí me da lo mismo, al final es como si no está”». «Me extrañó porque yo nunca le había preguntado por la madre del niño, nuestra relación era hola, qué tal. Y él es un hombre frío», explicó la dueña del bar al que el acusado habría de volver ese mismo día alrededor de las 13.30 horas con su hijo y por tercera vez, a las 16.35, ya solo, «sucio, sudoroso, fatigado». «Me pidió una Coca-Cola, la bebió de un trago, fue al baño de mujeres, cogió papel, se secó, pagó y se fue», señaló la mujer, que incidió en que habitualmente no hablaba con su hijo.

La Sala Primera de la Audiencia también escuchó el relato de la familia materna a través de las declaraciones del hermano y del marido de la madre, que conocían las amenazas que Mirás envió 13 días antes del crimen y muchas anteriores, «encubiertas» o explícitas. Como la que le mandó a su excuñado diciéndole que «tuviera cuidado» con la moto, que alguien lo podía atropellar, según reveló el testigo, que calificó su relación mientras estuvo casado con su hermana como «muy fría y muy distante».

Preguntó la fiscala por qué no había denunciado las amenazas. «Denuncias, pero no vale para nada, para sufrir, lo único», respondió el marido. Tras separarse de Mirás en el 2009 y por miedo a que la matara, su mujer cambió de trabajo y de domicilio para vivir cerca de sus padres y que alguien pudiera acompañarla y recogerla en el trabajo todos los días. Hasta hace muy poco tiempo no fue capaz de salir sola a la calle. En el 2013 presentó una denuncia por amenazas contra su exmarido que fue sobreseída al no poder acreditarse la autoría. Su compañero abundó en lo que ella relató la víspera, los insultos a toda la familia materna, las órdenes para que no los quisiera que el pequeño soportaba y trasladaba cuando volvía a casa el domingo y que ellos trataban de ignorar o restarles importancia para no predisponerlo en contra del padre.

El viernes 5 de mayo una trabajadora del punto de encuentro se extrañó de la frialdad con que padre e hijo se reencontraban para pasar el fin de semana. Molesto por un comentario de la visita anterior, el crío le dijo que no volvería. La última persona que los vio juntos fue la dueña del bar el domingo a las 13.30. Sobre las dos, Marcos Mirás reservó una habitación en un hostal próximo a su piso. A partir de ahí y hasta las 15.45, cuando una antena de telefonía móvil localiza su coche en la A-6 en dirección a A Coruña, el rastro se pierde. A las 16.30 vuelve al bar, a las 20.30 se activa la alarma por la desaparición del niño. A primera hora de la tarde del lunes es detenido en la habitación 107 del hostal. Acaba de ducharse. Sobre la cama hay un blíster de Tranxilium. La policía le lee los derechos. Él permanece frío y tranquilo. En comisaría declara que no sabe ni recuerda nada, pero quizá si lo llevasen a Oza podría recordar. Con la noche avanzada, se ponen en camino. Tras media hora en coche, en la entrada de una pista sinuosa en una zona de bosque profundo, el acusado, que los había guiado hasta allí en silencio, dice que hay que continuar a pie. Caminan con linternas otra media hora hasta que él se detiene y mira hacia la parte alta de un sendero que sube a la izquierda. No dice una palabra. A 30 metros aparece el cadáver del niño con signos de haber sido arrastrado; a su lado, una pala. «Bajón policial», declaró un agente; Marcos Mirás permanece «frío y ajeno».